Hoy me levanté a las 8 de la mañana después de una noche en
la que el intermitente sueño no fue lo reparador que hubiera deseado. Tenía la convicción
de que la bici quedaría aparcada este domingo, aun así miré a través del vidrio
de la ventana con la vana esperanza de poder salir a espantar todos los
fantasmas que se habían alojado en mi cabeza durante la vigilia. Lo que
alcanzaban a ver mis ojos no hizo sino más que dar otro cañonazo en la línea de
flotación de mi zozobrante ánimo, un día invernal, gris, lluvioso y frio que a lo
único que invitaba era regresar a la cama.
Pero ocurre que a veces, sin esperarlo, lo que se presenta
como un día difícil puede cambiar en un momento gracias a la intervención de la
fortuna (por llamarla de alguna manera), y el desasosiego desaparece, convirtiendo
una invernal mañana en primavera aunque sigan estando ahí las nubes, la lluvia
y el frio, delante de nuestros ojos.
Con esa nueva perspectiva me acerque en coche hasta Deva
para alejarme un poco del mundanal ruido. Se veía cercana la nieve y el
paisaje, aun siendo el mismo que contemple tantas veces, invitaba a visitarlo.
Ya era tarde y no podía atender su llamada.
Comenzaba la tarde. Mi primera intención era tumbarme en el
sofá y recuperar en una siesta algo de
ese sueño perdido durante la noche anterior. Las gotas de lluvia golpeaban
contra el ventanal, un lejano trueno se dejó oír obrando en mi la reacción contraria
a lo que un raciocinio normal habría dictado. En vez de taparme aun más con la
manta y dejar que los parpados se fueran cerrando me levanté decidido a rodar
por aquel entorno que no pude recorrer por la mañana.
No disponía de mucho tiempo así que cargué la bici en el
coche para acercarme hasta el aparcamiento que hay donde el observatorio astronómico
de Deva. Desde allí comencé a pedalear con apenas 3º de temperatura.
El níveo manto se veía no muy lejos. Al
principio apenas unos retazos al borde del camino, pero según iba ganando
altura la nieve cubría más terreno. La
lluvia que me recibió con las primeras pedaladas iba tornando ahora en copos
que caían suavemente, hacía mucho tiempo que no veía nevar. Llegué hasta el
Fario, tranquilamente, disfrutando y de la misma manera regresé hasta el coche,
empapado y aterido de frio, eso sí, pero con un ánimo que, cuando me levanté
esa mañana, ni me imaginé tendría.
2 comentarios:
Estoy seguro de que te sentó como Dios, mucho mejor que una siesta ¿A qué sí?
Una nevada guapa. Da frío solo de verlo, pero los repechinos somos duros como piedres.
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