viernes, 29 de abril de 2011

Rendición.


 


Había perdido la costumbre de sentarme delante de una hoja en blanco y plasmar en ella mis reflexiones en voz alta.
Hoy,  un  comentario sobre la resignación con la que vive alguien a quien conozco.

Hubo un tiempo en el que deseaba alcanzar ese grado de conformismo que hiciera sobrellevar mejor todo lo que le tocaba vivir.
Hoy, conseguida la resignación, no le gusta sentirse así. Tiene una extraña lucha interior, algo le incita a rebelarse contra la rendición. No quiere renunciar a sus sueños, a sus aspiraciones, al fin y al cabo son uno de los motores de la vida, pero siente amansado su espíritu y resulta más cómodo para vivir así con uno mismo, pero se siente  un derrotado.

La propia vida se ha encargado de llevarle a ese camino, el del perdedor, el del que renuncia a todo aquello que anhelaba, el conformista que no espera nada, tan solo agradecer las migajas que vaya encontrando por delante.

Es lo malo de las grandes aspiraciones, corremos el riesgo de caer en grandes derrotas por mucho empeño que se haya puesto en la lucha, y  él picó alto, muy alto. Aun sigue pensando que merecía la pena a pesar de todo.
Sí, vive resignado, pero echa de menos aquellos momentos de tensa espera, de remar contra corriente, de búsqueda constante de la felicidad sin importar que el camino fuera empinado, al menos peleaba por un sueño.
Ahora es un perdedor  y con esa resignación que da haber asumido su papel, avanza, arrastrándose porque ya no tiene fuerza para saltar los obstáculos.
Me gustaría, desde aquí, darle ánimos. Intentar convencerle de que los perdedores tal vez también puedan encontrar  algunos granos de felicidad en el saco del fracaso.

Y sobre todo… que no está solo, aunque en algunos momentos pueda parecerle lo contrario.

2 comentarios:

Jose Luis dijo...

Umm, el retorno a la vena existencialista, esa en la que te mueves como pez en el agua, ¿eh?. La vida sigue para todos, ganadores y perdedores y, "show must go on".

CIMAFERMIN dijo...

Hay que saber perder, pero nunca, nunca, resignarse a ser un perdedor.