domingo, 27 de junio de 2010

rivales imbatibles


En condiciones normales hoy hubiera tocado montaña, pero con los pies en el suelo en vez de sobre las habituales dos ruedas, por circunstancias no pudo ser.


Como medida alternativa no tuve más remedio que aceptar un reto que me presentaban. Un compañero de trabajo (y sin embargo amigo) decidió que era hora de darme una lección. Estaba ya cansado de escucharme hablar de mis salidas bicicletiles y se le ocurrió que no había mejor manera de humillarme que batiéndome en mi propio terreno.

120 kg de masa muscular en un cuerpo que me saca dos cabezas de altura eran elementos más que sobrados para meterme el miedo en el cuerpo. Además tenía constancia de sus entrenamientos secretos desde hacía algún tiempo (seguro que estaba esperando esta oportunidad y se estuvo preparando para ello)

A última hora otro “adversario” se sumó al desafío. Tan alto como el anterior y algo menos musculado, “solo” 80 kg en este caso, no hacía más que sumar dificultad a la prueba.

Por suerte me dejaron escoger el recorrido, con lo cual opté por elegir uno que se adaptase mejor a mis características y, a la vez, penalizara las de ellos. Dentro de las posibles opciones me decanté por una exigente salida a lo largo de varias sendas verdes de las que rodean Gijón.

La cita era a las 9 de la mañana de hoy sábado en la rotonda del Carrefour de la Calzada. El miedo, casi pánico, se había apoderado totalmente de mí. No pude conciliar el sueño hasta altas horas de la madrugada, empeorando con esa vigilia mi ya tocado estado físico y anímico. No hacía más que preguntarme cómo era posible que me hubieran acorralado de tal manera como para hacerme asumir tal prueba de valor. Creo que fue mi amor propio el que se dejó liar haciendo caso omiso a las recomendaciones de mi, poco convincente según lo visto, sentido común. Ya era tarde para echarse atrás, había recogido el guante lanzado a mi cara y no tenía más remedio que acudir al duelo.

Procuré meter en el cuerpo un potente desayuno que me diera pila suficiente pero, por si acaso, no olvidé guardar en mi bolsillo unas barritas energéticas a las que echar mano en caso de necesidad. Tenía en mi frigorífico un bote de Red Bull adquirido el día anterior para la ocasión por aquello de las alas pero decidí no tomarlo no fuera que, en caso de salir victorioso, me acusaran de dopaje y malas artes. Mi honor no me lo podía permitir.

Al coger la bici me paré a pensar que tal vez si eliminaba algún elemento prescindible restaría peso como para ganar algunas decimas, así que me deshice del casco y el pañuelo que suelo llevar en mi testuz, se me pasó por la misma la idea incluso de despojarme de mas prendas de vestir ganando con ello algo más de ligereza y un efecto sorpresa con el que no contarían, verme desnudo sobre la bici seguro que los dejaba impactados. Enseguida deseché la idea, solo tendría un efecto efímero, si fuera de sexo femenino pudiera ser que optasen por mantenerse a mi retaguardia pero en este caso lo más seguro que, una vez rehechos del shock, solo serviría de revulsivo para dejarme atrás lo más pronto posible.

A la hora señalada llegué a la rotonda. Luis, el adversario más ligero, ya llevaba unas vueltas de calentamiento a la misma, su tren inferior alcanzaba la temperatura optima para empezar con un ritmo fuerte. Tras el saludo de rigor, exento de muestra alguna de amistad pues en este lance no existen amigos, ya vimos aparecer a Pedro. Su sola presencia imponía. Todo vestido de negro sobre montura también bruna, solo le faltaba escrito a su espalda o tatuado en alguno de sus musculosos miembros el apodo por el que se le conoce, “Black Peter Printer Rider”. Sin apearse de la bici nos lanzó un amenazante “¡¡vamos!!” al que Luis y yo respondimos montando en las nuestras sin dilación.

Durante unos pocos kilómetros dejaron que yo tomara la parte delantera del grupo, creo que iban estudiándome, comprobando mi ritmo, mi cadencia, mi estilo, buscando mis puntos débiles.
Ellos decían que era para que les mostrase el camino pues no lo conocían, pero yo sabía que no era esa la razón.

Pedro pedaleaba de forma peculiar, solo le hacía falta apoyar el pié sobre el borde exterior del pedal para impulsarse, extraña pero efectiva manera de hacerlo, seguro que era alguna nueva técnica recomendada por alguna universidad americana o algo por el estilo. Su postura sobre la bici era digna de ver ¡que posición tan aerodinámica! ¿Cómo se habría arreglado para poder hacer pruebas en el túnel de viento? Porque aquello solo se podía lograr con horas de trabajo en tal artefacto. Luis era más convencional, eso sí, sus largas piernas funcionaban cual pistones de motor de barco, tremendas palancas moviéndose arriba y abajo. Para darme ánimos, me decía a mi mismo que, aunque no se viese tan claramente, mi “palanca” seguro que era mas grande.

En la primera fuente que encontramos, Pedro, que había rechazado el líquido elemento que yo le había ofrecido, se hidrató convenientemente ¡¡por fuera!! Me tenia alucinado, ni bebía, le bastaba con tirarse el agua por encima. Eso hizo mella en mi ánimo y quedé atrás, los dos se adelantaron unos metros por delante mío, manteniéndolos hasta que llegamos al túnel donde la brusca bajada de temperatura debió afectarles algo. Especulo que, al ser sus cuerpos más grandes que el mío, la perdida de calor debe ser mayor debido a la también mayor superficie expuesta, me amparaba la ley de la termodinámica. Trascurrió el resto de la etapa con un intercambio de posiciones, normalmente yo atrás lo que me produjo un encontronazo con Luis en una frenada inesperada y en el que estuve a punto de salir disparado por encima de sus 1.80 m. de altura, por suerte pude salir airoso de la situación sin secuela alguna.

Tan solo en la bajada que hay al poco de desviarnos hacia la senda del Piles pude dejarlos atrás, mi doble suspensión me daba algo de ventaja, pero duró poco mi alegría, enseguida volvieron a alcanzarme. Daba terror mirar hacia atrás y verlos llegar con los colmillos goteando cual lobos famélicos, caras desencajadas (sobre todo Pedro) creo que por el ansia de mi sangre. Aquello acabó de hundirme y ya solo fui capaz de mantenerme a rueda. El resto fue como el partido de ayer, España-Chile, ya cada uno sabíamos que nos podíamos conformar con lo hecho, yo metido atrás sabiendo que la derrota me servía, pues no era demasiado indigna vistas las diferencias físicas, y ellos sin atacar, ya habían cumplido su propósito, bajarme los humos de ciclista.

Al llegar al Puente del Piles Pedro decidió retirarse pues ya no le motivaba verse sin rival digno. Yo también lo hubiera hecho si no fuera porque Luis mantuvo el reto y yo, o mi amor propio, crédulo de mí, me creí capaz de batirlo en un mano a mano.

Subimos a la Providencia, al Infanzón, intente despegarme de él sin conseguirlo, me estaba dejando tirar para debilitarme aun mas. Antes de encarar la subida a Deva decidimos dar la vuelta para no alargar más el asunto. Bajando -ahí ando más suelto- pude darme el gusto de perderlo de vista durante algunos segundos pero, como siempre, volvía a tenerlo encima en cuanto el terreno no me era favorable.

Por la tarde llamé a Pedro para rendirle pleitesía. Como buen ganador me invitó, si me atrevía, a salir otro día prometiéndome que sería más indulgente. Mi amor propio vuelva a aceptar el reto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta entrega, por capítulos hubiese llenado la semana.¡Cuanta modestia! José Luis.